Los músicos: ¿nacen o se hacen?
Todo aquel que se haya enfrentado a tocar algún instrumento, o que esté cerca del mundillo, sabrá la inmensa cantidad de horas que ensayan los músicos para ir perfeccionando la técnica, el sonido, la expresión… Pero siempre conoces a alguien que, ensayando igual o incluso un poco menos le suena muchísimo mejor el instrumento y a otros que pasa todo lo contrario: que por más que ensayen avanzan muy lentamente. Con esto no es descabellado preguntarse lo que propongo en el título, buen músico: ¿se nace o se hace? Nuevos estudios parecen empezar a dar respuesta a esta pregunta.
Un estudio de 1993 de Ericsson, Krampe y Tesch-Römer ayudó a popularizar la idea de que practicando lo suficiente se puede llegar a ser todo lo bueno que se quiera. Los autores hallaron que los músicos de élite practicaban una media de 10 000 horas concluyendo que las diferencias en habilidad no eran debidas a un talento innato.
Sin embargo, una nueva investigación dirigida por el profesor de psicología David Z. Hambrick de la Michigan State University sugiere que, desgraciadamente para muchos de nosotros, el éxito no es exclusivamente un producto de la determinación. Para investigar la influencia genética en logros musicales usaron datos de un estudio de 850 parejas de gemelos de los años 60. Se preguntó a los participantes por su éxito musical y por la frecuencia con la que ensayaban, en ambos casos Hambrick ha encontrado un componente genético. Ciertos genes, presuntamente, confieren cualidades para la aptitud musical, el disfrute musical y la motivación (el estudio no tiene en cuenta el procesamiento del sonido ni la coordinación motora).
Pero la cosa es más complicada de lo que parece, ya que los nuevos hallazgos parecen indicar que es todavía más crucial la interacción de los genes con el entorno. Los datos de Hambrick muestran que la influencia genética en el éxito musical era mucho mayor en aquellos que practicaron más. Es decir, la gente tiene varias habilidades básicas o talentos determinadas genéticamente pero que pueden mejorarse mediante influencias ambientales.
Un estudio similar dirigido por Miriam A. Mosing otorga un papel todavía mayor a los genes. El estudio consistió en 10 000 gemelos idénticos suecos a los que se les medía sus habilidades en ritmo, melodía y distinción de tonos (saber si un sonido era más agudo o más grave). Declararon que la propensión a ensayar era heredable entre un 40% y un 70%, y que no había diferencias significativas en habilidad musical entre gemelos con distintas cantidades de práctica acumulada.
Concluyendo, decir que en principio estas conclusiones podrían extrapolarse a otros campos en los que se requieran actividades artísticas pero harían falta más estudios sobre el tema. Y otra cosa, como todos los estudios, el de Hambrick también tiene sus limitaciones. En este caso, por ejemplo, los individuos seleccionados eran alumnos “buenos”, pero no se ha visto qué ocurría con la gente de élite, por ejemplo.
Finalmente, como dice el propio Hambrick a Scientific American:
Creo que es importante dejar a los niños probar un montón de cosas diferentes… y averiguar en qué son buenos, que es probablemente lo que más disfrutarán también. Pero la idea de que cualquiera puede convertirse en un experto en la mayoría de las cosas no es científicamente defendible, y fingir otra cosa es perjudicial para la sociedad y los individuos.